El actual gobierno propuso al país una revolución educativa. Sin embargo, la agenda hasta hoy planteada se ha centrado en el Plan Decenal, que siendo un avance sustantivo en la construcción de políticas de estado, no da cuenta de las expectativas que una revolución demanda en cuanto generadora de cambios estructurales e integrales.
Cabe que la Asamblea Constituyente establezca pautas para viabilizar la revolución prometida. Una de ellas es cambiar el eje de la educación y de organización del sistema. Se debe pasar de un paradigma educativo centrado en los mecanismos de acceso y enseñanza, a otro que apueste por el aprendizaje, por la calidad, la inclusión y la equidad. De uno que privilegia la instititucionalidad (escuela, docente, sistema educativo, Estado) a otro que coloque en primer plano al sujeto que aprende (al alumno, niño, joven, adulto, a la familia, a la sociedad): la institucionalidad al servicio de la persona y de la sociedad, y no al revés como sucede hoy. De una educación autoreferenciada y limitada a sí misma, a otra que se vea como medio para el bienestar individual y colectivo, para el desarrollo. Apostar por esto es apostar por la revolución.